Para entender qué ha significado para mi la Xperiencia Kilimanjaro hay que echar la vista atrás hasta el 15 de Junio de 1995. Fecha que marcaría mi vida, y la de mi familia, cuando con tan solo 21 meses de edad me diagnosticaron diabetes tipo 1.
En aquellos tiempos el tratamiento de la diabetes era muy distinto al de ahora: no disponíamos de la tecnología que permite medir nuestra glucosa 24h, no había tanta variedad de tipos de insulina para inyectarnos, se evitaba tomar hidratos de carbono… Esas restricciones alimentarias y la falta de conocimiento hacia que la sociedad nos viera como diferentes y menos válidos para ciertas actividades, sobretodo las físicas.
Yo crecí pensando que la diabetes era un juego porque entre pinchazo y pinchazo mis padres se apañaron para que el control fuera divertido. Pronto me hice responsable y tomaba decisiones sobre mi tratamiento, acorde con mi edad. Es cierto que crecí jugando y feliz pero siempre me sentí diferente. Siempre supervisado: mi madre me tenía que acompañar o tenía que estar pendiente de mí, aunque fuera en la poca distancia que nos dejábamos. Las excursiones a la montaña con el colegio tenían que ser adaptadas y veía que eran causante de estrés para todos. Siempre tenía que estar escuchando mi cuerpo por si me daba señales de hipoglucemia. Ya desde entonces me di cuenta de lo importante que era estar rodeado de buenas personas, y mis amigos siempre estuvieron para ayudarme y quitar importancia a esos controles que solo yo me tenía que hacer.
Tras la adolescencia con un difícil control debido al cambio hormonal y al cambio de tratamiento con la llegada de insulinas «superlentas» pensé que la patología iba a determinar mi vida. Fue una época difícil. No escuche muchos «NO PUEDES» pero los pocos que escuche me marcaron tanto que años después fui yo quien me los autoimpuse. Todo esto además tuvo como consecuencia que mi miedo a los médicos aumentara. Hasta entonces la diabetes dejaba de ser un juego cuando tenía que ir a los hospitales y todo eran pinchazos, y pruebas que no me resultaban agradables. Además, en esa época de mal control los resultados no eran los que queríamos y todo era un bucle negativo.
El paso de la adolescencia hizo que con 19 años el deporte y, sobretodo, la montaña sacaran todo lo que llevaba dentro. La constancia, disciplina, la educación diabetológica, el contacto con otras personas con diabetes y las horas, horas y más horas de montaña: las maratones y ultras de montaña donde la parte psicológica es fundamental me hicieron ver que esa diferencia que durante un tiempo pensé que era debilidad iba a ser y ha sido mi fortaleza.
La Xperiencia Kilimanjaro ha servido para reafirmar todo aquello que durante tanto tiempo llevo buscando. Sé que la diabetes siempre me acompañara, pero no determinara lo que puedo o no puedo hacer, quizá condiciona las formas.
A nivel personal ha servido para sumar una experiencia y una aventura muy importante, tengo ganas de seguir sumando experiencia en altura, pero, sobre todo, para mí ha sido un punto de inflexión para hacer “las paces” y ver lo importante que es trabajar con un equipo sanitario multidisciplinario. Las decisiones clínicas, sobre ingesta y unidades de insulina administradas, las tomábamos bajo consenso entre todos y con calma. Por eso hemos conseguido mantener tan buen control.
Me he encontrado con un equipo que me ha escuchado con empatía, que ha sabido ponerse en mi lugar, que me ha acompañado en la toma de decisiones, que no me ha juzgado y me ha respetado. Un equipo médico que ha conseguido demostrar que cuando el binomio «medico-paciente» anda en la misma dirección salen cosas muy grandes.
Con la vuelta a la realidad voy a afinar todavía más en mi control porque tengo más herramientas para enfrentarme en el día a día gracias al paso por Xperiencia Kilimanjaro. Espero y deseo que esta experiencia sirva para que otras personas con diabetes y sus familiares ganen en confianza para lanzarse a llevar la vida que desean tener sin barreras ni miedos.